La responsabilidad social, más que un plus final, deseable del quehacer de una empresa, puede comprenderse como algo que, desde el inicio y por principio, da sentido a las organizaciones.
Un empresario encuentra en el alpinismo metáforas poderosas de gran aplicación práctica para el mundo empresarial. Una de ellas es la necesaria consideración de pausas y construcción de refugios para momentos arduos del camino.
La pandemia afectó especialmente su industria, pero él encontró, junto con sus socios, la manera de hacer, justo entonces, una inversión esencial e inesperada que ahora rinde sus frutos.
A veces, más que la continuidad o la ruptura, la vocación empresarial de los hijos transforma la de los padres, la reinterpreta y la reenfoca magistralmente.
Un empresario todo terreno descubre de manera temprana que el error no sólo es inevitable, que también es un camino de creatividad y disrupción. A su corta edad y con todo el ADN empresarial en las venas parece hacer suyas las palabras y la filosofía del Dalai Lama: “cuando pierdas no pierdas la lección”.
La disciplina y el orden que son entendidas por algunos como barreras a la libertad creativa de las personas y a su realización, terminan, cuando son razonables y aceptadas, siendo percibidas como necesarias para el crecimiento y el desarrollo humano.
El empresario no está llamado a saberlo todo; más que un todólogo es una persona capaz de detectar, atraer y coordinar a los que saben congregándolos en torno a un propósito e invitándolos gradualmente a compartir una cultura organizacional clara, funcional y sólida.
El modo casa se relaciona con un tipo de cuidado particular que tenemos con nuestro hogar. Así, quien se vincula bajo este paradigma cuida tanto los recursos, como los habitantes del entorno: es otra relación con cualquier ecosistema. Este modo casa, aplicado al mundo empresarial trae eficiencia, sentido de pertenencia y mayor productividad con mayor bienestar.
La integridad se demuestra en cada acción: en ayudar a los demás, en ser justo y en actuar con responsabilidad. Más allá de los logros personales, el verdadero propósito del trabajo está en el impacto que deja en la vida de otros.
Emprender no es solo un trabajo, es un estilo de vida. Se trata de crear empresas que valga la pena construir para vivir vidas que valga la pena vivir. La verdadera motivación no es sólo generar ganancias, sino la emoción de dar vida a nuevos proyectos. Cuando un emprendedor persigue su pasión, lo que para otros parece un sacrificio, para él es simplemente el camino natural hacia su propósito.
Los sueños son nuestros: no dependen de lo que hay a nuestro alrededor, sino de nuestra capacidad de imaginar y construir. A veces, las oportunidades parecen limitadas, pero el deseo de transformar la vida de nuestras familias nos impulsa a ir más allá. La innovación rompe barreras, trasciende orígenes y abre nuevos horizontes. El destino puede sorprendernos con caminos inesperados: las oportunidades están ahí, en cada rincón de la vida. Solo hay que aprender a verlas… y tomarlas.
La honestidad es un principio moral que motoriza nuestras acciones. En el emprendimiento, decir la verdad y encontrar el "cómo sí" abre puertas insospechadas. Lo nuevo comienza con una intuición, se convierte en apuesta y, con cada error asumido como inversión, se transforma en éxito.
El aprendizaje constante no sólo expande el conocimiento, sino que mantiene viva la esencia del emprendedor. En la trayectoria de un librero, que convirtió la búsqueda en una vocación, cada error es una lección y cada tropiezo, parte del camino. Además de un negocio, emprender es un compromiso de vida.
Las empresas pueden ayudar a cambiar a México; desde esta vocación se propone un nuevo modelo de desarrollo inclusivo, donde el crecimiento económico no es suficiente: debe acompañarse del desarrollo social y la sustentabilidad ecológica.
Las empresas pueden ser un motor de cambio, atendiendo las desigualdades dentro de las organizaciones y acompañando a sus colaboradores en su camino para mejorar y transformar sus vidas
La realización personal supone, más que el inscribirse acríticamente en el maratón de una cultura enajenante, el valor de trazar un camino propio en el que trabajo y vida se nutren y retroalimentan mutuamente para construir espacios de libertad y convertirse, como nosotros, en una sola cosa.
El principio de subsidiariedad —que consiste en propiciar la máxima acción posible por parte de estudiantes, hijos, colaboradores o ciudadanos y sólo la estrictamente necesaria por parte de maestros, padres, jefes o gobiernos— constituye una guía tan desconocida como esencial para el gobierno de empresas, el surgimiento de experiencias de aprendizaje, el crecimiento social y el desarrollo humano.
Elegir es renunciar. Tener claridad estratégica nos permite renunciar a proyectos que, aunque atractivos, nos podrían descarrilar de nuestro propósito.
Mirar a los demás como un fin y no como un medio (como un alguien y no como un algo), constituye una regla de integridad fundamental que, cuando se lleva a la práctica, ayuda a la operación cotidiana de las organizaciones, marca jerarquías en la toma de decisiones y sugiere continuamente gestos que, por hacernos sentir mirados, hacen la diferencia.
Una mujer empresaria refiere la manera como el conocimiento de sus colaboradores y de sus necesidades la llevaron, junto con la comprensión de su comunidad, a completar una empresa sumamente exitosa con un emprendimiento social de gran calidad. Refiere también la sinergia entre ambos proyectos.
Hay ocasiones en que las empresas, más que industrias, son concilios de artesanos de diferentes especialidades —carpinteros, talabarteros, herreros, tapiceros— que logran coordinar su talento, sus oficios y su magia en obras únicas que, curiosamente, el mundo industrializado, valora y demanda.
La determinación de levantarse cuantas veces sea necesario inspira no sólo en el camino empresarial, nunca exento de tropiezos; es necesaria también para la vida en cuyo trayecto nunca sabremos cuántas veces tendremos que levantarnos y reinventarnos.
La biografía empresarial de una mujer sugiere una manera de ordenar la necesaria obtención de resultados con la vocación empresarial. Para ella, quien se entrega primero a lo que ama y se siente llamado a aportar al mundo, encuentra, sin buscar, las utilidades que se esconden a quien las busca sin honrar su llamado.
La comunicación respetuosa rinde frutos inesperados en la calidad del trabajo y de la empresa. Nos libera para poner lo mejor del ser en el hacer, principio que, cuando se vive al interior de una organización termina transmitiéndose a sus clientes. En sentido contrario, cuando una cultura justifica la violencia verbal difícilmente despierta y conecta lo mejor de su gente al servicio de una misión.
En su proceso de crecimiento el empresario, que al inicio ve la integridad como una frontera o un pesado costo, descubre en ella no sólo un sello diferenciador, sino una parte esencial de la aportación, la vocación y la oferta empresarial.
El camino —arduo, parabólico— de la orfandad a la construcción de una empresa de clase mundial tiene, como otros trayectos ejemplares, un momento centrífugo, de salida, en el que se encuentran intuiciones esenciales que luego, ya de regreso al punto de partida, se hacen vida. Un empresario que nunca perdió la brújula paterna narra esta gesta heroica desde su propia biografía.